
Recogí mi playera negra, subí a mi carro, y vine a mi casa.
Al entrar a mi habitación me dí cuenta que el color ya no existía, los dos colores que han inundado mi vida son exactamente aquellos que aún mezclandolos seguirán siendo el mismo gris que inunda mis días, algunos días de un tono y otros días de otro, pero jamas veo el color. No creo que mi personalidad refleje lo que para muchos representan ésos colores, no soy una persona infeliz, lo tengo todo. Pero cuán relativa puede llegar a ser la felicidad?
Me he distanciado tanto del patrón convencional de actuar y de pensar que en el primero que he dejado de creer es en mí mismo, dejé de creer que realmente puedo ser feliz, e incluso que merezco serlo.
Siempre he dicho que el negro y el blanco combinan con todo. Supongo que ahora me doy cuenta que no es así. El negro y el blanco no combinan con nadie.
Las emociones tienen colores.
La esperanza tiene colores.
El amor tiene colores.
Como humanos necesitamos algo de color, no para reflejarle algo a la sociedad, sino para reflejarnos algo a nosotros mismos. Para no dejar de creer y para aprender a ser genuinamente felices, con lo poco o mucho que tengamos.